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Descubre la Patagonia Argentina: Ruido y silencio, belleza y furia.

Calafate y el Chaltén: Un viaje relámpago por la capital nacional del trekking.

Escribo ésto pensando sobre lo que voy a aportar relatando mi experiencia patagónica. Y me respondo a mi mismo una y otra vez: Nada, no voy a decir nada nuevo sobre esta vasta y extensa parte del hemisferio sur, porque lo que haya que decir ya está dicho. Yo puedo sentenciar lo que parece una obviedad, aunque claro, con limitaciones ya que he recorrido una pequeñísima parte de la región argentina. Da igual que haya andado 130 kilómetros en 5 días, no importa porque no es nada, una mínima carrera por los pastos, rocas y lagunas patagónicas. Lo que puedo aportar es mi experiencia, un pedacito personal, muy emocional, porque es intenso, casi espiritual de lo vivido aquí. Estas palabras las redacto desde la parte de arriba de un bus de dos plantas y en primera fila camino al calafate, contemplo el amanecer pintando el cielo y la llanura que finaliza en el lago Viedma. No he podido resistirme a dejar escrito este momento, es magia.

Estoy por justificarme al ser parco con el vocabulario, no dispongo de una riqueza amplia de adjetivos calificativos en mis exposiciones, así que se me acaban rápido cuando algo me maravilla. Lo de siempre, los usados habitualmente. Lo cierto es que es difícil explicarlo y no sonar repetitivo, redundante.

Aclarado lo que no soy, me dispongo a hacer recomendaciones y a aportar fotografías tomadas durante mis días por Patagonia. Seis días pasé alojado en un hostel de El Chaltén, conociendo personas de aquí y de allá, que es lo bueno de los hostels, si no, apaga y vámonos. Los hostels son para personas abiertas, sin muchos recursos, cierto, pero lo fundamental es que disfrutes conociendo e interactuando con personitas de otros lugares y culturas. Seis días mezclándome con otros acentos y lenguajes. Cinco de esos seis días los pasé caminando. Si viajas al chaltén es para eso. Quizá para ver a lo lejos el Fitz Roy, la montaña que domina las vistas, pero lo suyo es ponerse las botas de montaña y disfrutar de un esfuerzo siempre recompensado. Jamás había caminado tanto en tan poco tiempo. Esos 130 kilómetros de esfuerzo y alegría sin contener, llegando a la lágrima me supieron a poco, aunque no me las voy a dar de montañero experto; acabé hecho trizas, pero la visión de esos paisajes te da fuerzas para hacer oídos sordos a las llamadas desesperadas de dolor de los músculos de las piernas. 

El chaltén

Después de haber visitado El Calafate y por ende el glaciar Perito Moreno debo confesar que el Chatén es un lugar muy especial y no quiero decir con ésto que la enorme extensión de hielo no lo sea, pero en el pueblito y sendas vigiladas por el Fitz Roy te sientes parte de la naturaleza, bestia y casi virgen y eso es mucho para alguien como yo. No sé cuantas veces me he encontrado en frente de algo que me ha hecho sentir que la cosa iba entre ese algo y yo. Los dos solos, una escena única en un lugar épico, donde el tiempo se detiene y la naturaleza está mirándome y riéndose de mi, pero solos los dos.

Un amigo argentino me dijo que no hiciera comparaciones, y en ello estoy, porque sería injusto, hablo de momentos y de sentimientos, no de hacer una valoración paralela de íconos de la naturaleza. El Perito es imponente, gigantesco, no crees lo que ves, ni tampoco lo que escuchas. Explosiones, sí, explosiones se oyen cuando el hielo cruje, cuando choca. Es un susto tras otro. Los turistas que estamos ahí en cuanto lo oímos giramos la cabeza asustados intentando ver algún desprendimiento. Yo no tuve esa suerte, desgraciadamente. No conseguí vivir tampoco unos de esos días tan ventosos. El innombrable me decía Ivana, guía que nos llevó al Glaciar. Quizá un poco al aterrizar y aunque puedo imaginarlo, no lo viví intensamente en primera persona; a ratitos, pequeños coletazos a veces en el Chaltén. 

Pliegue del lomo tumbado

Esta parte del relato la redacto desde la plaza 27D del vuelo 1863 de aerolíneas argentinas con destino a Iguzú. Antes lo hice desde un autobús camino a mi segunda parada y fonda. En ese momento no podía acabar el relato por razones obvias, no había vivido la experiencia de contemplar un glaciar tan de cerca. Afirmo contundentemente que dejo la Patagonia con un sabor muy dulce, añorando desde ya los pastos, lo poco variado de su vegetación, aunque muy característica. Caprichosas formas de sus árboles y colores que aunque no he disfrutado del todo, por acercarse el invierno, si que todavía mantenían algo de fuerza en los paisajes.

Perito moreno

Y termino, porque si no esto va a ser el cuento de nunca acabar. Soy persona de gustar la soledad, lo diáfano, sentirme parte única de un todo y ese todo, insisto, porque es algo que voy a repetir constantemente, me ha hechizado. Estoy hechizado por tus paisajes

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