Sintiéndome un argentino más en Paraná
Sintiéndome un argentino más en Paraná
Todavía mantengo mi pasaporte español, pero…
Hace bien poco un gran amigo me dijo algo así como que debería prestarle más atención a defender lo nuestro, refiriéndose a lo mio, a eso que se supone que me identifica culturalmente y que va de la mano de mi procedencia. Yo sé por dónde iban los tiros, pero ¿qué es lo mío?
¿Cómo demonios hace alguien que se siente como en casa en diferentes lugares del planeta para defender solo lo que se considera suyo por haber nacido en un lugar concreto? Las dudas se extienden aún más allá: ¿Cuál es el mecanismo que inhabilita el amor por este mundo en su conjunto y que obliga a centrarte en una pequeñísima porción de globo terráqueo que es nuestra burbujita en donde nos sentimos seguros? ¿Alguien puede explicarme cual sería la aportación a mi vida si defendiese algo que no amo, solo por considerarse mío, y tirase por tierra algo que me llena como ser humano y que está alejado de mi lugar de nacimiento?
A mi ese mensaje me parece perjudicial y dañino, además de que siempre he pensado que es excluyente y digno de cabezas muy cerraditas. Hay que defender lo que uno cree que es digno de ser cuidado, de hecho todos nosotros defendemos, en menor o mayor medida, objetos de deseo ajenos a nuestro entorno: Música, cultura, equipos de fútbol, cine, amigos, marcas y productos comerciales, etc.
Me parece toda una estupidez de niño mal criado, una brabuconada. No tiene el menor sentido.
Este mundo es hermoso, plagado de lugares mágicos, lleno de personas que te hacen sentir especial, de amantes con lenguas diferentes y de culturas abiertas a ser conocidas.
Para resumirlo fácilmente, tú y nadie más decide qué es lo tuyo en este mundo tan diverso. Reniega desde ya de aquellos movimientos políticos y sociales que intentan cortar tus alas. Olvídate de esa basura y empápate de lo variopinto.
Y todo ésto ¿a que viene? Bien, voy a intentar explicarlo en este artículo que he escrito tras mi paso por Paraná, capital de la provincia de Entre ríos, Argentina. Ahí voy.
Si uno se para a mirar el mapa entenderá porqué se llama entre ríos la provincia en la que me encuentro. De hecho, yo que viajé desde Buenos aires en avión lo entendí casi al poco de despegar.
Los ríos para un aragonés son algo más que agua corriendo por un cauce, el río que pasa por mi ciudad es importantísimo en la vida cultural zaragozana, además de conceder un carácter especial a los habitantes de la ciudad, que es lo que yo pienso que pasa también con los paraenenses y su río. Quizá por eso me encuentro tan bien en Paraná.
Es una ciudad de tamaño medio, antigua capital de la república de Argentina, cómoda, tranquila para vivir y en donde su río y el agua tienen un poder de seducción importante. Estando aquí lo humilde y sencillo ha ido cobrando bastante importancia en mi día a día al disfrutar de cositas pequeñas, detalles mínimos que me han hecho feliz, sin echar de menos los estímulos de las grandes ciudades.
Los atardeceres en Paraná
Sintiéndome un argentino más en Paraná
Hay dos cosas de las cuales los habitantes de este lugar deberían sentirse orgullosos: una es el Parque Urquiza, añadiendo el entorno de la costanera y otra son sus construcciones de estilo italiano tan características. Estos dos principales símbolos de la ciudad pueden ser las razones perfectas para que uno sienta armonía y paz viviendo en ella.
En lo personal el parque Urquiza no deja de sorprenderme. No me he adentrado en sus espesores, pero bien merecería la pena realizar una excursión para conocer todos sus rincones. Sus miradores en la parte alta donde contemplar la majestuosidad del río Paraná se llevan la palma, obviamente por lo inmenso de sus medidas, pero también por ser el escenario perfecto para el espectáculo de sus atardeces. Puedo jurarlo, lo de los colores representados en el cielo en esta parte del mundo es digno de genuflexión.
Pocas veces y en pocos lugares he encontrado algo así. No es patrimonio único, pero aquí se dan las condiciones perfectas para disfrutar cuando se esconde el sol. La humedad, que debe ayudar, lo ancho del río que facilita el reflejo y brillo dando una sensación de espejo con textura, la replica caprichosa de los colores del cielo en sus aguas…, todo eso hacen de los atardeceres en Paraná un espectáculo tremendo. El candilazo, como lo llamamos en España, es de nota, (casi) nunca defrauda.
Por si ésto fuera poco, justo en frente de la costanera se puede divisar el islote Curupí, y más allá la isla puente. El islote se puede visitar, de hecho hay un entramado turístico bien montado en torno a él. Desde el muelle flotante en la costanera salen algunas embarcaciones que en cinco minutos te dejan en una parte del islote. Hablo del Curupí, ya que la otra isla es de propiedad privada (¡¡¡). Una vez en el islote unos guías van mostrándote, caminando sobre una pasarela, la diferente variedad de flora que habita la isla.
Es un paseo interesante de no más de dos horas y que te muestra la ciudad desde otra perspectiva. Muy recomendable. Por cierto, aviso a futuros viajeros que quieran visitar Paraná y les atraiga las actividades acuáticas, los barcos no solo te llevan al islote, hay diferentes posibilidades en las que disfrutar de un paseo por el río. La más llamativa tiene que ver con navegar bajo la luz de la luna llena, ahí queda por si os animáis.
Además he tenido la gran suerte de llegar justo cuando se celebran los 210 años de la fundación de la ciudad, así que además de la belleza natural de la costanera, he podido pasear durante unos cuantos días por las orillas del río rodeado de participantes en actividades mil.
Durante estos días de feria fui sintiendo la alegría de la gente que caminaba por la costanera, así que me animé a fotografiar todo lo que tenía a mi alrededor. Me daba igual a quien, con calma pero sin pausa, sin relajarme en exceso, disparar intentando captar tanta felicidad.
En uno de estos días hubo un atardecer que nos robó el corazón, uno de esos maravillosos de otoño donde el frío y la humedad desaparecen y que fue una bomba de colores. Diez millones de kilotones de tonalidades esparcidas por el cielo. Personas, carpas, río y almas se tiñeron de morado, azul, rojo y naranja. Aquello era un sueño, una armonía perfecta, así que obviamente intenté que quedara retratado con mi cámara.
Mis fotos son un pequeño amago de lo que allí se vivió. La costanera fue una paleta de colores y los pinceles fueron ellos, dando forma a imágenes sublimes de una alegría inmensa que se reflejaba en la cara de todos los participantes.
Los fastos de la celebración de los 210 años de la ciudad de Paraná, que han durado prácticamente un mes, se mezclaron con los del día del padre en Argentina y el homenaje a la bandera, así que hubo un fin de semana súper largo a mediados de mes que estuvo cargadito de actividades: Paseos por el río, concursos de chefs, conciertos, bailes, actuaciones varias e incluso alguna manifestación política, todo sea dicho de paso. Pero la cosa no quedó ahí, durante todo el mes de Junio las muestras artísticas no pararon.
Súmale a todo ésto que en la ciudad puedes encontrarte con cafeterías de buena pastelería donde la charla y el buen ambiente son top, y por supuesto, faltaría más, la cultura de la cerveza artesanal está on fire como en casi todo el planeta, por tanto era casi obligación visitar algunas de las cervecerías del lugar. Me llevo un muy buen sabor de boca y mejor recuerdo.
En resumidas cuentas, el mes de Junio en Paraná ha sido redondo. Todo parece haberse alineado para que mi estancia fuera perfecta. Espero que ésto sea anticipo de todo lo bueno que tengo por delante.
» Tras emprender de nuevo el viaje, el encontrarme con esos amigos queridos y seguir construyendo ese vínculo que un día se generó casi de la nada, me lleva a pensar una vez más que viajar te da mucho, pero también te quita. Hay una parte fundamental al vivir con esas personas momentos maravillosos, disfrutando de su presencia, pero por otra la inevitable despedida se hace muy dolorosa. «
Sintiéndome un argentino más en Paraná
Una vuelta por el mundo
Cuando decides abandonar tu hogar para emprender una aventura, tienes muy presente lo que dejas atrás motivado con la idea de conocer nuevas personas, de crear nuevas amistades y descubrir escondidos rincones. Todo ello a priori es un aliciente maravilloso que te anima a arrancar y no pensar mucho en lo que dejas a tu espalda. En mi caso llevo ya unas cuantas amistades sinceras creadas en el trayecto, algunos vínculos pasajeros que perdurarán incluso con la distancia, abrazos que nunca olvidaré. Si bien entiendo que en algún momento de la vida se irán disipando, el recuerdo, eso tan bello y fuerte, permanecerá.
Todo ésto viene a raíz de una constante reflexión que acompaña mis pasos. Tras emprender de nuevo el viaje, el encontrarme con esos amigos queridos y seguir construyendo ese vínculo que un día se generó casi de la nada, me lleva a pensar una vez más que viajar te da mucho, pero también te quita. Hay una parte fundamental al vivir con esas personas momentos maravillosos, disfrutando de su presencia, pero por otra la inevitable despedida se hace muy dolorosa.
Qué complicado es luchar contra ese sentimiento que me embarga en cada adiós, convirtiéndose en duelo. Un duelo que por otra parte lo siento así de duro porque la felicidad junto a ellos en esos momentos pasados ha sido máxima.
Dramas aparte ¿no es acaso todo ésto un aprendizaje vital? En lo personal sin duda, así me lo tomo de hecho, y no es que me obligue a ello, sino que sale de manera natural, fluye, es un bonito ejercicio en el que voy conociendo mi lugar en el mundo.
Emprender una aventura como ésta va más allá de un simple viaje físico por un lugar concreto en el mundo, incluso en un momento preciso en el tiempo, la experiencia continúa incluso cuando llegas a puerto, al lugar en donde siempre te has sentido protegido, el viaje sigue adelante.
Aprender de los argentinos lo bello del abrazo, del buen gesto, del cariño que me han ido mostrando en cada momento, de su inocente y graciosa manera de sorprenderse por cosas a las que, de manera muy ignorante, yo no les presto atención es sin duda un aprendizaje en mi vida.
Entonces, y volviendo a los primeros párrafos de este artículo, si lo siento tan dentro de mí, si este sentimiento me resulta tan doloroso ¿cómo no voy a defender todo lo que me ha ofrecido Paraná?
Es absurdo tener que elegir entre una cosa u otra, demencial e incluso diría que enfermizo. Luchar contra uno mismo. Qué triste debe de ser tan hermético. Qué miedo me dan los nacionalismos.
Gracias Paraná. Gracias Argentina. Siempre seréis lo mío.
Fui al río, y lo sentía
cerca de mí, enfrente de mí.
Las ramas tenían voces
que no llegaban hasta mí.
La corriente decía
cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Quería comprenderlo,
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con sus primeras sílabas alargadas,
pero no podía.
Regresaba
—¿Era yo el que regresaba?—
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
Me atravesaba un río, me atravesaba un río!
Juan Laurentino Ortiz