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AmérInca

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No hay bien que por mal no venga

Mi experiencia en Bolivia fue agridulce, ambiguo como el placer caótico de su capital. Mucha altura para mí, mucha exigencia para un cuerpo como el mío. El hecho es que le presté poco tiempo al país porque no me encontraba físicamente en condiciones y eso se transmite a lo emocional.

Así que me fui por patas de Bolivia buscando algo de tranquilidad, calma y poder dormir bien. La elección fue Arequipa, la segunda ciudad de Perú. Os voy a contar cómo fue para mi la experiencia en la ciudad blanca.

Llegué triste y desanimado a la segunda ciudad del Perú, incluso algo cabreado preguntándome por qué los planes en algún momento del viaje siempre tienen que torcerse. Con el tiempo uno se da cuenta de que es parte del viaje, que no todo está bajo control y que las incidencias y acontecimientos no previstos surgen de la nada y que lo mejor es saber tener los nervios dominados. Así pues, error por mi parte pensar que el mundo se acaba cuando un problemilla aparece. De hecho, todo hay que decirlo, al final sin planes previstos, todo salió mejor de lo que un principio podía parecer.

La noche anterior a mi llegada no puede dormir en Copacabana, Bolivia. Lo intenté en la recepción de un hostel paupérrimo y barato durante toda la noche aún teniendo habitación con cama pagada, pero por una serie de circunstancias en mi catre me fue imposible y opté por bajar a recepción. Sentado en un sillón viejo, con las piernas apoyadas sobre su respaldo lateral, tapado con una manta y con ropa hasta los dientes, intenté hacer un trato con el Dios del sueño con la esperanza de que me dejara dormir aunque fueran un par de horas. No ocurrió.
Como despertaba sobresaltado cada vez que me quedaba dormido por unos segundos intenté eliminar la opción del sueño andando por el hall como una rata camboyana enjaulada, cosa bastante jodida ya que el sueño derrotaba mis fuerzas.

Tenía reservado hostel en la isla del sol, tenía el viaje en barco pagado, pero nada de eso pudo con las ganas de irme de ese lugar que aunque bonito me estaba destrozando y frustrando. No poder dormir en condiciones desgastó mis ganas de conocer mejor Bolivia.

Mal de altura en Bolivia

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Por la mañana el plan era claro, viajar a Arequipa en Perú, un lugar más bajo y a priori mucho menos exigente para una mente que pensaba que jamás nunca podría subir más allá de 3000 metris de altura sobre el nivel del mar. Le puse ganas como pocas veces para solucionar lo que tenía por delante: Frontera y trayecto largo que muy posiblemente duraría todo el día. No encontré bus directo, tampoco me frenó, tenía que salir de ahí, así que la mejor opción fue un taxi a la frontera. Trámite sencillo, crucé el paso al ritmo de los llamamientos de los cocineros ambulantes que me animaban a comer baby llama, cosa que a mi no me apetecía. De hecho no me apetece comer nada que sea baby. Crueldad To the max.

Dos semanas me he pegado en Arequipa. La que llaman ciudad blanca engancha y no veas como. Será por su bello centro, quizá sus cafetines y restaurantes excesivos en su deseo de agradar en cuanto a decoración o será por los propios arequipeños… todavía no lo sé. Es posible que un conjunto de todo ello enganche tanto al viajero. Hay que añadir que es de agradecer que se empeñen en que la ciudad esté limpia, sea segura y que atrape con su oferta cultural, que esa es otra que podríamos nombrar.

Se ha hablado largo y tendido de su afamada gastronomía peruana, y efectivamente comparado con la que uno se encuentra en sus países vecinos del sur, esta gana por goleada gracias a su producto, variedad e imaginación. Además en Arequipa lo que uno puede encontrar es el detalle en la presentación cuidada, pero sobre todo en lo bonito de sus lugares para disfrutar de ello, en el empeño en ofrecer lugares encantadores para tener veladas magnificas gastronómicas.

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Desgana y belleza

En diferentes puntos de la ciudad encontrarás operadores turísticos que ofrecen excursiones a lugares a donde vamos todos los turistas. Uno de ellos, el cañón del Colca, es el más nombrado. Un lugar para muchos mágico que pierde la gracia si lo haces en tour de un día. Demasiado enfocado al turismo, muy comercial, en donde parece que los aldeanos se hayan volcado en atender al visitante, vendiendo recuerdos típicos u ofreciendo selfies junto a alpacas con gafas de sol y sombrero de caballero, todo un logro para colgar en las redes sociales. 

Como colofón final se llega a un lugar en donde junto a miles de turistas puedes visionar el vuelo del cóndor, un mítico animal que domina los cielos de toda la cordillera andina. Nada del otro mundo.

Otro de los grandes atractivos de Arequipa han sido las fiestas en honor a la fundación de la ciudad. Tuve la gran suerte de llegar en la época en la que se celebran y bien que lo disfruté. Cierto es y quizá parezca una desventaja, que la ciudad se llena de visitantes y a veces se convierte en un caos absoluto, pero aún así puedes disfrutar de una vida cultural más extensa si cabe. El corso, que se celebra cada 15 de Agosto y es la guinda final del pastel, un desfile en donde diferentes asociaciones salen por las calles con sus mejores galas a bailar, cantar y animar al público que abarrota las calles por donde el pasacalles triunfa, es una muestra increíble de música, color y pasión. Un espectáculo digno de ver.

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Cusco y la torre de Babel

Tras dos semanas en un lugar más bajito y por el ánimo de algunos amigos me dispuse a conocer uno de los lugares más aclamados por los viajeros en el Perú. Cusco, capital del imperio Inca, fue declarada Patromonio de la Humanidad en 1983.

Toda una experiencia la de ir a visitar ruinas Incas, con alguna sorpresa, puesta a prueba de mi cuerpo, sin exigirme mucho, y la negativa a visitar una de las siete maravillas del mudo. Pero esto, amigos míos, será contado en otra historia más adelante. 

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